FERNANDA CANALES
La casa se ubica en la planicie de una montaña distante a casi tres horas de la Ciudad de México. Desde el comienzo del proyecto, al elegir el lugar, se procuraron dos situaciones aparentemente contradictorias: resguardo y apertura.
La inquietud de habitante pasaba por la necesidad de buscar un refugio ante el clima radical, que en un mismo día llega a variar casi 30 grados centígrados y donde llueve prácticamente a diario durante seis meses, y por otro lado, se trataba de contactarse lo más francamente posible con el paisaje que en el lugar escogido propone una perspectiva vasta y cruda.
Con el fin de atender tanto la necesidad de resguardo como el deseo de apertura, la casa se dispone en torno a cuatro patios. El primero, de forma curva, funciona como espacio de transición entre el exterior y la casa; el segundo, de mayor tamaño y en la posición central de la casa, marca la transición desde las zonas más privadas hasta las más públicas; el tercero, en un nivel más bajo, es un espacio velado que conduce hacia las terrazas en la azotea; y el cuarto conforma una especie de casa en sí misma para la zona de servicio. Estos cuatro patios permiten generar ámbitos distintos dentro de un paisaje interminable y enmarcan las vistas de manera puntual. También aportan una mayor dialéctica entre el interior y el exterior, por ejemplo, cada espacio se vuelca hacia algún patio en uno de sus lados y hacia un exterior franco en otro, lo que produce ventilación cruzada en cada espacio, asoleamiento en dos o tres orientaciones distintas y genera una casa hacia adentro y otra hacia fuera.
Esta condición dual de la casa se refleja en su condición material, ya que hacia el exterior la casa es de ladrillo y hacia el interior es de hormigón y madera. El color rojo y la textura rugosa al emplear ladrillos rotos acentúan una condición completamente distinta del empleo de superficies lisas y tonos neutros en el interior. Las cubiertas de las habitaciones, el estudio y la sala-comedor son bóvedas de concreto que generan hacia fuera una nueva topografía que convive con el paisaje vegetal de los techos planos que corresponden a las zonas de menor jerarquía como cocina, baños, bodegas… De tal manera, se establece un juego entre las formas orgánicas de las bóvedas recubiertas de barro y los techos verdes.
El desarrollo de la casa surge de la disposición de las cuatro habitaciones hacia el este para que reciban sol de mañana, y de su apertura hacia el patio en el poniente, para que tengan sol durante la tarde. La sala, el comedor y la cocina se abren simultáneamente hacia el este, el sur y el poniente con el fin de tener la mayor cantidad de asoleamiento, y las zonas de servicio, ubicadas en el lado norte, se abren hacia el sur, el este y poniente gracias al pequeño patio. Esto genera una casa que se percibe a través de secuencias y aperturas muy variadas, a veces, por medio de celosías que aportan privacidad, otras, de amplios ventanales que se ocultan dentro de los muros para que convertir los espacios interiores en terrazas durante algunas horas y también por medio de ventanas que son cuadros para enmarcar el exterior.
El vestíbulo es un espacio entre dos patios que sirve de pequeña casa para enmarcar el cielo y olvidar las horas de tráfico y el recorrido pesado del camino. Este espacio, que hace eco a la arquitectura maya, y la disposición de la casa, que recuerda las haciendas y los conventos, son un homenaje a la tradición local, que se reconfigura por completo en una combinación inédita donde caben referencias tan variadas como La Ricarda de Antonio Bonet, las obras de Luis Barragán, la arquitectura vernácula y las técnicas de la autoconstrucción.